Me desperté cuando ya anochecía. Estaba malhumorado conmigo mismo porque me había dormido durante un largo rato y había abandonado mi puesto de observación en la ventanilla. El tren continuaba con su marcha cansina y el traqueteo que no cesaba ni un solo momento. Solo veía a través de la ventanilla luces muy lejanas y en ocasiones cuando entrabamos en un túnel una pared negra y el espacio entre la pared y el tren envuelto en humo que se disipaba en cuanto salíamos al exterior. Me recosté en el asiento y observe que viajábamos solos. Pregunté y mi padre me dijo que se habían bajado en un pueblo que se llamaba Calatayud. También me dijo que mi sueño me había impedido conocer a los guardias civiles que habían entrado en el compartimento...¿para que ? Pregunté. Bueno por si nos pasaba algo. Me respondió. Tambien la policia para ver otra vez la cédula y el permiso para viajar. Y también el revisor del tren para comprobar nuestros billetes al que mi padre le mostró el quilometrico. Y aquí me explico lo del kilométrico que por muy poco no me durmió profundamente otra vez.
Al fin llegamos Zaragoza. En un taxi nos acomodamos como pudimos con nuestro equipaje y enseguida llegábamos a la calle Coso al Hotel Oriente. Todo me llamaba la atención. Cenamos y a la cama. Mañana, dijo mi padre va a ser un día de emociones. No comprendía yo muy bien cómo después de pasar todo el día en el tren cabía esperar más emociones sin subir a un tren.
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