Eduardo
García Ardit
Entramos en lo que se llamaba Oficinas Centrales. Era un edifico rectangular
de tres plantas. Me explicó FS que en realidad había sido construido para
servir de comedor para los obreros y empleados de los cercanos Talleres Generales
que era el único centro en explotación. Parece que una de las decisiones más
recientes de la nueva Dirección fue cancelar el servicio del comedor, que no
llegó a prestar el servicio para el que fue construido y dotar al edificio de las instalaciones necesarias para convertirlo en oficinas, principalmente para la alta Dirección y los departamentos de Asuntos
Generales y Administración, trasladados muy recientemente todos ellos desde un
viejo edificio en Avilés.
En la planta baja todavía seguían
instaladas las cocinas. Subimos al primer piso. Durante el camino le había
mostrado a FS mi preocupación por mi maleta y la gabardina que habían quedado
en el coche. “No te preocupes el coche está a nuestro servicio y no se moverá de
ahí hasta que no acabe nuestra visita”.
En la primera planta un ordenanza hizo
un movimiento como de saludo y seguimos por un largo pasillo que nos condujo a
la parte oriental del edificio opuesta a la que habíamos utilizado para entrar
en él. Entramos por una puerta donde había una mesa con un hombre joven con gafas
oscuras que me fue presentado como José Luis Poyal y en una mesa equipada con
una máquina de escribir estaba una señorita. Era el equipo humano de la
Secretaría de Don Eduardo. Había una puerta que comunicaba con un pequeño
despacho que era el de Poyal. A continuación se situaba el despacho de FS que
daba ya a una nave continuada donde se situaban las secciones que de él
dependían.
Lo primero que observé era que las
referencias a Ardit se hacían con la fórmula de “Don Eduardo”. Así el propio FS
se dirigió a Poyal preguntándole “¿Hay alguien con Don Eduardo”. “No”,
contestó, “Voy a decirle que habéis llegado” Y tuve claro desde ese momento los
tratamientos y las distancias entre el circulo de personas entre las que me
encontraba. En un momento me encontré en el dintel de la puerta del despacho de
Don Eduardo. Se levantó de la mesa donde se encontraba sentado y salió a mi
encuentro con la mano tendida. ¿Qué tal, bienvenido que tal su viaje Ha llegado
el tren con retraso ¿verdad? A Soler “Le
mandaron el coche, por lo que veo.”. Me invitó a sentarme en una silla que
había delante de su mesa. “Ya me puso Martín Arcos al corriente sobre su estancia
aquí. Viene usted a poner en práctica todo lo que ha demostrado saber en la
Oposición. Pues nos va a tener a todos dedicados a cumplir ese deseo, y le enseñaremos todo cuanto aquí hacemos,". A Poyal, avise a Andicoechea para que venga un
momento. Comentamos del tiempo. Seguía lloviendo.
Poyal,
“Anda por la factoría, pero le avisan y vendrá enseguida” Se abre la puerta que
da al pasillo y que constituye la entrada directa al despacho sin pasar por la
secretaría y aparece una persona menuda con aspecto rubio y pelo ondulado que
dice “Perdón, Oye quería hablarte, pero vengo luego” y Ardit me presenta y el
que entró dice “Manuel de Lujan y Vergara” y el propio Ardit dice “es el Jefe
del Departamento de Asuntos Generales” al tiempo que el tal Luján sale cerrando
la puerta por la que llegó. Cuando me ha presentado he notado que Ardit ha
dicho “técnico contable del INI que viene en prácticas y a observar lo que
hacemos y cómo lo hacemos”.
Aparece
Andicoechea, vasco con acento exagerado. Alto y fuerte con cierto desaliño que
llama la atención entre la gente discretamente dispuesta que está allí. Fuma y
carraspea continuamente y de vez en cuando sufre accesos de tos. Soy presentado
a Alejandro Andicoechea, Jefe de Costes, que me saluda con cierta indiferencia…
Finalizadas las presentaciones, me
quedo solo con Ardit, Don Eduardo. Aparenta 50 años. Tiene buena presencia.
Viste una americana de sport que me llama la atención, con corbata a juego. Es
de aspecto que disipa todo temor y que hace que me sienta cómodo delante de él.
Así me siento yo en ese momento. Me dice que estaba en la Bazán cuando don
Aureo, el Presidente de Ensidesa, le llamó para ocuparle en la administración de
Avilés. Lleva aquí algo más de tres meses. Está casado, tiene un hijo de
dieciocho años y vive en Madrid. Va y viene todos los fines de semana pues a la
mujer no le gusta Asturias. El vive en el Hotel Hernán Cortés de Gijón…Hace que
yo le cuente, como él acaba de hacer, de donde vengo y de donde procedo. Me
dura un minuto.
Para finalizar me dice que venga a él
cuando lo considere conveniente, que tengo abiertas la puerta de su despacho.
Que Poyal, su secretario será mi apoyo directo para llevarme de un sitio para
otro. Que no hay sección ni cuestión que se me reserve.
Poyal
se ha encargado de reservarme habitación en el Hotel La Serrana, único Hotel
abierto en Avilés. Que él se ocupará de que se me habilite espacio en
cualquiera de los coches de la Empresa que vienen y van de Avilés a estas
oficinas.
Que
la jornada comienza a las nueve de la mañana y termina a la una y media.
Comienza de nuevo a las tres y media hasta las seis y media de la tarde. Esto
de lunes a viernes. Los sábados solo por la mañana. Dice que yo no tengo porqué
adaptarme a esos horarios que entre y salga a discreción y siempre teniendo el cuenta el coche que se haya comprometido a buscarme en el Hotel y a llevarme de regreso.
Es
la una y cuarto y le pregunto a Poyal si me puede llevar al Hotel. Le digo que
no voy a volver por la tarde y que no me esperen hasta mañana por la mañana. Y
me pone en contacto de nuevo con Soler que muy solícito se brinda a acompañarme
hasta el hotel.
Salimos
fuera del edificio y cuando Soler inicia la marcha hacia el mismo coche que nos
trajo un ordenanza le da un recado lo que hace que se vuelva hacia mi para decirme
“No te importa que el coche te lleve al Hotel y que regrese porque me llaman de
la Oficina para un asunto urgente que requiere mi presencia”. Como no me importa subo al coche y le digo al
chófer que por favor me lleve al Hotel La Serrana.
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Así ha sido mi primer encuentro con Don Eduardo. Tengo la impresión en que nos caímos bien desde ese primer momento. Nuestra relación duraría 13 años y durante ese tiempo me dio muestras de encontrarse satisfecho de mi labor a su lado de la misma manera que yo lo estaba igualmente bajo su jurisdicción. No recuerdo que me llamara la atención una sola vez, no ya por cuestiones técnicas propias de la labor que se hacía sio por cualquier otro motivo. En especial cuando establecí relación seria con una señorita que trabajaba en la planta baja, en Personal, y con la que me casaría el 24 de mayo de 1960.
Como sería su actitud hacía mi, que cuando me incorporé a su plantilla en octubre de 1958, dispuso que se instalara una segunda mesa en su despacho en la que yo me acomodara. Desde aquel momento compartí todo cuanto en aquel despacho se cocía, quienquiera que entrase a despachar con él así como sus llamadas telefónicas, a su casa, con su mujer o su hijo...De la misma manera el compartía todo cuanto yo recibía del exterior, visitas, llamadas de teléfono, etc.
Ese compartir su despacho me facilitó muchísimo mis relaciones con los otros Jefes de Departamento de la Factoría..que desde el primer momento se dieron cuenta de mi posición.
Ardit era una persona de la máxima confianza de Don Aureo, presidente de Ensidsa. y conocida por todos esta posición era respetado por todos los Jefes de Departamento.
Yo me percaté desde el primer momento que en mí recaía también cierto reconocimiento indirecto y que dependía de mi el que ese reconocimiento no se debilitara sino que por el contrario se fuera haciendo cada vez sólido.
El problema de los tratamientos. Para todo el personal y todas la categorías del Departamento Administrativo, Ardit era Don Eduardo. Soler, Muro, y Andicoechea, se tuteaban. Y en ese grupo entre yo y por tanto seguía el modelo en esa cuestión que ellos seguían.
Ardit se tuteaba con el resto de Jefes de Departamento y con todos los Ingenieros de la Factoría y el mismo tuteo aplicaban los cuatro primera línea de Ardit con ellos. Así que cuando había alguna reunión entre cualquier Ingeniero, Jefe o no, con Ardit y alguno de los cuatro, en la conversación se mezclaban los tratamientos según fueran los interlocutores de la dirección de la conversación. Un obstáculo que siempre se salvó con buena voluntad.
Ardit en los primeros días de mi estancia me presentó A Don Aureo, al que no entendí lo que dijo, A Don Ramón Corominas, Director de la Fábrica que procedía de Director de Endesa en su planta de Puentes de García Rodríguez y el que se denominaba a si mismo Secretario General, y que era cursi en extremo, Alfredo xx.