Fue un año del que solo recuerdo lo bien que me lo pasaba...
Y mis padres debieron darse cuenta de lo poco que yo había progresado en materias que no solo fueran juegos. Y decidieron apuntarme en el Instituto Ramiro de Maeztu, inmediato al lugar que hoy ocupa la Iglesía del Espíritu Santo en la calle de Serrano. Y allí estuve casi todo un curso. Dos líneas de tranvías tenía que tomar para ir desde casa y otras dos para volver. El tranvía que pasaba por delante hasta Cuatro Caminos y allí el 17 o el 45 hasta el Museo de Ciencias Naturales.. Atravesaba la Castellana y subía hasta el Instituto que como digo estaba en Serrano en lugar inmediato a la que años más trade sería Plaza de la República Argentina que entonces solo era campo. Y allí almorzaba lo que mi madre preparaba todos los días y que yo guardaba toda la mañana esperando el momento para irme solo a aquel descampado y comer antes de volver a iniciar la sesión de la tarde. A aquel Instituto acudían chicos de buenas familias mezclados con moritos que parece eran hijos de moros notables de Marruecos o de mandos de la Guardia Mora de Franco. Esto es lo único que quedó en mi memoria de la estancia en lugar tan acreditado como el Instituto Ramiro de Maeztu.
Tanto ajetreo de ir y venir y comer fuera de casa no me sentó bien y casi finalizando el curso abandoné el Instituto.
Debo decir que mi enseñanza sobre el negocio de la tienda continuaba y cualquier momento era bueno para que mi padre precisara de la ayuda, poca, por supuesto, que yo podía proporcionarle para compartir tareas que fueron poco a poco poniéndome al día de todo lo concerniente a la tienda.
Ya en aquella época y con esa escasa edad mi padre me fue imponiendo de todos los secretos de la tienda. Corrían tiempos muy difíciles. De un lado la voracidad fiscal en todo tiempo insaciable. De otro la Fiscalía de tasas. El Gobierno del nuevo Estado trataba por todos los medios de que los precios no se elevaran y para eso creó esta Fiscalía que tenía por objeto vigilar los precios de venta en casi todas las especialidades. Los precios de venta empezaban a venir marcados en todos o casi todos los artículos. Mi padre calculaba que para poder mantener el negocio y que este mantuviera a la familia había que vender con un margen del 25 % sobre el precio de coste o lo que es lo mismo el 20 % sobre el de venta. Y los precios de coste vinieron al principio muy ajustados a esa norma. Pero enseguida escasearon los géneros y hubo que pagar primas ocultas sin factura a los almacenes para que suministraran artículos. Y claro se presentó el problema. Hubo que modificar los precios, borrando e imprimiendo los nuevos, variar el tallaje y así los bebes empezaron a usar calcetines de talla 3, Hombres menudos como poco la talla 40, etc,. Y esto precisó de ayudas extraordinarias sobre todo con la tienda cerrada al público. Se compró una imprentilla, números de varios tamaños, líquido de borrar y no se cuántos artilugios más que sirvieran para cambiar los precios. Por otra parte la amenaza de la Hacienda. El impuesto servía para vender artículos de mercería. Y qué era mercería. Por ejemplo camisas de paño de trabajo o de tela ordinaria. Pero no camisas de popelín o hilo. Medias de rayón pero no de seda. Calcetines de lana o algodón bruto pero no calcetines de hilo. Perfumería barata. Pero no perfumes. Alpargatas pero no zapatos. Pañuelos de algodón, pero no los de hilo. Y todo ello contribuía a la desazón y la preocupación de cada día por lo que podría suceder en cada jornada. Afortunadamente nunca hubo ningún tropiezo y todas las visitas marcharon sin problema alguno y sin que levantasen una acta de incidencia.
Y en octubre de 1941, ocho años, fui inscrito en el Colegio de la Doctrina Cristiana que la Congregación de los Nemesianos acababa de abrir en la Avenida de la Reina Victoria, enfrente del Hospital de la Cruz Roja. Pero esa etapa constituye otra historia.
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