martes, 28 de agosto de 2012

LA TIENDA. 6

Cuando comenzó la guerra civil yo tenía tres años y otros tres transcurrirían en aquel reducido, incómodo e insaluble espacio de la tienda. Por supuesto sin guardería ni escuela. Pero todo eso se suplió con la inestimable presencia de mis padres que estuvieron de forma permanente junto a sus hijos, mi hermana y yo.  Vivíamos, como ya dije, en un lugar muy cercano al frente. Pero la vida continuaba en el centro de Madrid, con las limitaciones propias de una ciudad casi cercada y por el ambiente enrarecido lleno de miedos y temores. El "metro" funcionaba y eso permitía que alguna vez la familia se aventurase a llegar al centro de Madrid e incluso entrar en el cine. "Vuelan mis canciones", "El negro que tenía el alma blanca" son dos películas a las que tengo oído que fuimos a ver. Y a cenar o comer a algún restaurante donde mi hermana y yo guardábamos en alguna servilleta previamente preparada algún  filete o croquetas o fruta que disimulando llevábamos a casa para completar el menú doméstico.
Como mi padre tenía poco trabajo en la tienda  se "inventó" una ocupación y fue que todos los días en algún momento jugaba(?) conmigo al Colegio. Él era el maestro y yo llegaba al Colegio, hacía como que llamaba a una imaginaria puerta, la abría y entraba . Así me enseñó a leer , a escribir y las operaciones elementales de sumar restar multiplicar y dividir.  A comienzos del 39 mis padres hicieron amistad con un matrimonio de maestros que vivían enfrente de la tienda y que se ofrecieron para que mi hermana y yo acudiéramos todos los días a su casa y allí, junto con dos de sus hijos de edades parecidas aprendíamos algo más que leer y escribir eso sí sin libros porque los que estaban a nuestra disposición en aquel momento no merecían la confianza de los progenitores.
Así se llegó al 28 de marzo de 1939. ¡¡ La guerra había terminado!! Por mucho que representase este hecho de terminar con un conflicto tan terrible como es una guerra civil, para mis padres fue  de una gran emoción. Habían resistido tenázmente en unas condiciones que nunca habían imaginado. Después de los esfuerzos y sacrificios que les permitió casarse, establecerse por su cuenta, desarrollar un negocio, trasladarlo a otro barrio más prometedor, tener que abandonar su casa y refugiarse en un espacio poco mayor que la trastienda y resistir allí aquellos tres años con dos niños de siete y tres años, desoyendo a quienes les aconsejaban abandonar y trasladarse al centro de Madrid y empezar de nuevo, ¡Qué alegría debieron de tener! Al fin podrían vivir su propio proyecto y gracias a Dios la familia estaba sana y entera. Mi padre y yo estábamos muy identificados. El me había abierto al mundo. Yo leía y escribía gracias a su esfuerzo...Y no solamente eso sino que aprovechaba todas las ocasiones para ilustrarme. Mi madre ejercía otra especie de tutela:   Nos hablaba de Dios y de la Virgen, de Jesús y, desde octubre del 35, en que se empezó a perder el miedo, se seguía la Misa por la radio retransmitida desde la llamada zona nacional. Y también nos educada en modales limpieza personal y las elementales normas de convivencia de las que hasta entonces no habíamos tenido oportunidad de aplicar.

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