No puede decirse que la vida transcurriera para la familia en aquellos años de 1937 y 1938 de forma rutinaria. Cada día aparecía una nueva amenaza. En una ocasión mi padre es detenido y conducido a la comisaria. Parece que la clientela , algunas clientas, ante la escasez de los artículos que consumían habitualmente le habían denunciado aduciendo que lo acaparaba todo lo que podía para vendérselo a los amigos. En la comisaria se le abrió un expediente porque se le encontraron unas tijeras en uno de los bolsillos del guardapolvo que usaba. La detención llevaba consigo el registro de la tienda y la vivienda para comprobar si había genero guardado del que se negaba a la clientela y, ya de paso, si había armas u objetos que pudieran parecer tales como lo fueron las tijeras del guardapolvo. El registro lo atendió mi madre supongo que acompañada en las idas y venidas por la tienda, la trastienda, la vivienda, los escaparates, la cueva....por sus dos hijos que entonces teníamos nueve y cinco años. En un momento dado, según la versión que tantas veces nos contaría, uno de los registradores puso la mano en una vitrina y preguntó :"aquí, ¿qué hay?" " Nada, cajas vacías y polvo..." contestó mi madre. "Está bien", "puede cerrar" . Y mi madre tuvo que tragarse el suspiro de alivio, pues precisamente allí, debajo de una de aquellas cajas estaban los billetes cuyas series les habían anunciado que serían válidos al terminar la guerra. Aquel mismo día, por la tarde, mi padre regresó a casa sin cargos y en libertad.
Un problema fue durante casi toda la contienda el de la alimentación. Las tiendas de "ultramarinos" estaban prácticamente vacías y únicamente se encontraba en ellas los suministros que el gobierno facilitaba para su distribución: lentejas, bacalao, sardinas arenques, boniatos, harina de almortas, y poco más. Mi madre, valiente y decidida hizo dos o tres salidas hacia Fuencarral y Alcobendas y volvía a casa con algo de aceite, huevos y patatas. Pero eran tan peligrosas esas escapadas que hubo que renunciar a ellas. Sin embargo los hoteles del centro de Madrid, debían de estar mejor abastecidos porque en alguna ocasión toda la familia salió a comer y la consigna era comer allí pero también aprovechar la ocasión para traerse para casa algún filete o fruta. No fueron muchas las salidas de este tipo por el riesgo que había de ser detenidos e interrogados en plena calle.
Las interrupciones del sueño para abrir la puerta para que los vecinos con nosotros a la cabeza bajáramos a la cueva y de allí al refugio, se hicieron muy habituales. El frente se había estabilizado y estaba muy cercano Así que no era extraño que por la noche se oyeran el tableteo de las ametralladoras y morteros así como la explosión cercana de los proyectiles de las piezas de artillería. Algunos días aparecían aviones que además de bombas arrojaban papeles con propaganda o consignas y hasta caramelos, que no se podían coger en la calle porque según la propaganda oficial estaban envenenados. Un bomba destrozó un balcón de la casa enfrente de la tienda si bien no produjo daños a las personas.
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