sábado, 17 de agosto de 2024

Están machacando a los chavales

 

Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Están machacando a los chavales

Les presentan un mundo al borde del apocalipsis climático, les fomentan dudas sobre su sexualidad, les niegan a Dios y les proponen una igualación a la baja

 Actualizada 15:42

No hay nada que comprometa más el futuro de un país que una epidemia de pesimismo y victimismo generalizado. Si crees que el mundo mantiene una conjura contra ti, si no crees en tus posibilidades de dirigir tu vida, de ir a más y ascender en la escalera social, entonces lo lógico es que no lo hagas. ¿Para qué me voy a molestar en esforzarme si soy una víctima, topada por un techo de cristal que sé que jamás podré superar?

Los españoles del siglo XX no tenían las comodidades de hoy ni por asomo (por ejemplo: ¿cuántas casas contaban con calefacción y aire acondicionado?). Ni tampoco las posibilidades de estudiar que existen ahora. Pero tenían algo que empieza a faltar: esperanza, en ellos mismos y en su país; y capacidad de sacrificio para intentar conseguir sus sueños, el principal de los cuales era dar a tus hijos lo que tú no habías tenido. El resultado es que en el franquismo y en los primeros años de la democracia el ascensor social funcionó como nunca.

Hoy en España se practica una política que está sustituyendo la esperanza por la queja. Además se está desarticulando la comunión con el proyecto común de la nación, que se desdibuja con fórmulas que llaman «confederales», promovidas por minorías separatistas por la debilidad de un presidente populista de izquierda, oportunista y felón.

Las principales víctimas de toda esta oda al victimismo, al rencor social y al antipatriotismo son los jóvenes. Decirlo puede parecer una boutade, pero no me cambiaría por los chavales de ahora. Les están poniendo la cabeza como una jaula de grillos. Los están machacando con las políticas del alarmismo climático, la desesperanza y hasta la propia negación de Dios.

Lo primero que les están inculcando es que el mundo se puede ir al carajo en unos años por el cambio climático. Se exageran los datos por un móvil político –el alarmismo con el clima es el nuevo credo de una izquierda carente de ideas para la vida real de las personas– y se pinta un apocalipsis inminente, discutido por muchos científicos perfectamente sólidos. Algunos chavales ya no quieren tener hijos, porque el planeta no tiene futuro, o sufren al subirse a un avión o comprar una botella de plástico, pues están «atentando» contra el medioambiente.

Lo segundo que está haciendo la izquierda española a nuestros jóvenes es robarles su propio país. España no existe. El referente es la comunidad autónoma. En el País Vasco o Cataluña directamente se les inculca el odio o el desprecio a España. Se ven obligados a estudiar la geografía y la microhistoria regional y se les niega el conocimiento de su propio país y de su pasado, que solo se aborda para contarles una fábula maniquea de una izquierda seráfica y una derecha criminal hasta lo imperdonable.

En el plano económico no se les anima a competir en la vida, hacer grandes carreras para ganar bien y ofrecer las mejores posibilidades a sus familias, avanzando en el escalafón social. Todo eso es facha. La izquierda gobernante les dice que los beneficios empresariales son «obscenos», que el mérito y el esfuerzo son retrógrados y poco igualitarios.

Con el mayor paro juvenil de Europa, la izquierda gobernante no les ofrece propuestas económicas para intentar que existan más empresas potentes que puedan ofrecerles más trabajo. Lo único que les da son paguitas, que no les permiten para nada armar unas vidas propias, pero que le sirven al poder para intentar comprar sus voluntades electorales («qué majo es Sánchez que me paga el Netflix»). La filosofía de la vida que se les ofrece es la de la igualación a la baja. Conformarse con poco, vivir en camiseta y chanclas desde la adolescencia a la ancianidad, no tener hijos –que son caros y exigen responsabilidades– y odiar a todo aquel que se haya esforzado y prosperado, que deberá de ser clasificado como «rico» o «fachita». Quieren unos jóvenes tristes o deprimidos (la famosa «salud mental», nuevo mantra de la izquierda), atontados por sus móviles y sus tiktoks, sin capacidad de juicio crítico y bien adocenados en la subcultura «progresista».

La izquierda gobernante les crea incluso dudas psicológicas sobre su propia sexualidad. Y además se está dando un fenómeno que la corrección política impide citar en alto: la versión politizada y un poco histérica del feminismo que se está aplicando ha creado enfado e inseguridad en muchos jóvenes varones (que además si tienen un problema en una relación sexual privada son de entrada culpables, por unas leyes que han liquidado la presunción de inocencia masculina). Pero citar esta realidad es el summum de la fachosfera.

Por último, y tal vez lo peor, sobrevolándolo todo aparece la negación absoluta de Dios. La izquierda gobernante es alérgica al hecho trascedente y uno de los pasatiempos predilectos de sus entretenedores de cámara son las mofas del cristianismo (con otras creencias, que tienen a las mujeres pata quebrada y en casa, ese audaz sentido del humor «progresista» se evapora).

En resumen: chicas y chicos, os están robando vuestro país, os hacen dudar de vuestra identidad, os hurtan la ilusión de prosperar y os niegan a Dios. Y vosotros, callados como muertos, que ya llegará «el finde».

(PD: los partidos de la oposición tienen que abordar estos debates y ofrecer una ilusión a la juventud, un proyecto ganador de futuro que contraste con la desesperanza subvencionada que propugna la izquierda).

 


Vidas ejemplaresLuis Ventoso

De la España ilusionada a la adocenada

Retrato de un país a través de cuatro generaciones de españoles

 Actualizada 09:50

Europa está adocenada. Estados Unidos, con todos sus problemas de cainismo político exacerbado, copa el ranking de las diez mayores multinacionales del planeta y abre hueco respecto a una UE que vive de rentas, anquilosada con su intervencionismo estatalista. Por su parte, China e India están dando un estirón imparable y pronto nos mirarán por el retrovisor. Europa es además un paquidermo analógico, muy rezagado en la autopista digital del presente.

Los europeos quieren gozar la vida. Apenas tienen hijos –para que no les estorben en su proyecto hedonista– y alquilan los trabajos duros a los inmigrantes de otras culturas. El nuevo ideal europeo es cobrar más trabajando menos, como repiten eminencias como nuestra Yoli. A priori, tal aspiración parece «chulísima». Pero presenta un pequeño efecto secundario: a medio plazo se carga los países, que se van quedando rezagados frente a otros con más ganas.

La España sanchista es junto a Francia el ejemplo sumo del paralizante conformismo del siglo XXI europeo. Lo que está pasando se entiende muy bien estudiando someramente a los españoles de las últimas cuatro generaciones. De la ilusión, del afán peleón por ir a más, hemos pasado a la flotación, un lánguido conformarse con lo que ya tenemos y rascarla lo menos posible.

Empecemos por los bisabuelos. Nacieron a finales del turbulento siglo XIX español, que fue un rosario de guerras. Se comieron una Guerra Civil, a veces incluso en el frente, donde muchos cayeron en un bando u otro por pura lotería territorial. Esa generación se atrevió con la gran migración del campo a la ciudad, muchas veces trasladándose a regiones más prósperas. La mayoría procedía del rural o de pueblos pesqueros, hijos del arado y el remo. Una vez en sus urbes de destino, se buscaron la vida trabajando como posesos con una meta muy clara: conseguir que sus hijos pudiesen vivir mejor que ellos. Y lo lograron.

La siguiente generación es la que nace en la posguerra. Son profesionales más preparados que sus padres, pero que han heredado su cultura del esfuerzo, porque durante su infancia y juventud todavía han conocido las estrecheces en primera persona. Algunos todavía emigran a Europa en busca de una vida mejor. Otros montan pequeños negocios, o logran empleos estables con los que van sacando adelante a su familia. Al igual que sus progenitores, tienen una gran ilusión por prosperar y unos objetivos claros. Los suyos son intentar comprar un piso y lograr que sus hijos, que son todavía muchos, puedan estudiar en la universidad. Muchísimas de esas familias logran ambas metas.

Llegamos ahora a la generación nacida entre mediados de los cincuenta y comienzos de los sesenta. Son los españoles que ya acceden en gran número a la universidad, gracias al esfuerzo de sus padres (y antes de sus abuelos). Se consolida una España de una espléndida clase media, muy dinámica, con profesionales liberales de éxito, pequeños y grandes empresarios, funcionarios cualificados que han hincado codos con ahínco para sacarse una buena oposición... Está generación ya tiene menos hijos –la parejita– y disfruta de las posibilidades de ocio que ofrece el avance económico (comienzan los viajes, los restaurantes, la electrónica). Pero todavía preservan como prioridad el bienestar de sus familias, que saben que no les caerá del cielo. Les exige trabajar duro. Y lo hacen. Muchísimas familias de la gran clase media española se convierten en espléndidas historias de éxito.

Llegamos a la cuarta generación. La de los treintañeros y cuarentones actuales. Sus bisabuelos, abuelos y padres se habían centrado en trabajar y ahorrar, en una España donde se compartía la esperanza en que el futuro sería mejor. Fruto del inmenso esfuerzo de sus ancestros, muchos españoles de esta cuarta generación han heredado algún piso familiar. Apenas tienen hijos; acaso uno (o ninguno y dos perros). La sanidad y la educación son universales y gratuitas, hay centros deportivos y piscinas públicas casi por nada, actividades sociales municipales… y si andas muy apurado, siempre existe algún subsidio.

En una capital de provincia, o una ciudad pequeña, si cuentas un pisito que has heredado te puedes apañar con poco para vivir. ¿Para qué liarse la vida? Te preparas una pequeña oposición, que tampoco te haga estudiar mucho, o te buscas un trabajo romo y poco exigente, y con tu sueldito y el de tu pareja puedes ir tirando tranquilamente, porque de facto estamos en país socialista que prima ese modo de vida. ¿Para qué romperte la cabeza? ¿Para qué deslomarte trabajando como tus bisabuelos, tus abuelos y tus padres? Con lo que tienes te da para el Netflix, para las cañitas del finde con los colegas y, de cuando en vez, hasta para algún Ryanair por ahí fuera. Añadamos un poco de rencor social avivado por la propaganda incansable de la izquierda, y ya tenemos al sanchista perfecto, felizmente adocenado en la mediocridad y sin mayores ilusiones por construir una empresa, o una gran carrera profesional, o una familia con hijos de sólida formación académica.

De la infatigable Generación de Pana de antaño hemos pasado a la Generación Progre-blandiblú de la camiseta y las zapatillas. Odio a «los ricos», paguita y que no me hagan currar demasiado, que para eso ya han venido los rumanos, los ecuatorianos y los marroquíes.

¿Pronóstico? Un país en decadencia a la vuelta de un par de generaciones. Si es que todavía se le puede llamar país a la «nación de naciones» que nos preparan.